"... A
la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había
llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a
Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano,
era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La
ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le
infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios.
Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos
antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras,
las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día,
todas las cosas regresaban a él.
Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado
de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien
atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche
buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de
la puerta, el zaguán, el íntimo patio ..."