... Se habló de bendiciones y maldiciones, de exorcismos.
-Está bien - insistió el Dr. Arrambide, con su estereotipada expresión de sorpresa, que parecía como si siempre estuviese asistiendo a fenómenos asombrosos-, pero qué le pasó a esa norteamericana histérica?
-Cómo, te parece poco morirse asi?
-Bueno, bueno, todos nos moriremos, sin necesidad de brillantes malditos.
-Pero, no, idiota. Ella se murió
misteriosamente.
-Misteriosamente? - preguntó el Dr. Arrambide, tomando otro sándwich.
-No te acabo de decir que la encontraron desnuda en el baño?
Y sin muestras de envenenamiento?
-Así que según vos la gente se muere vestida y con veneno.
-Vamos, dejate de una vez de hacer chistes fáciles, que el asunto es famoso y extrañísimo. No es todo extrañísimo?
-Todo? Qué es
todo?-No había veneno, no había rastros de alcohol, ni de píldoras tranquilizantes, ni signos de violencia. Te parece poco? Además, el primer hijo, muerto en un accidente en auto, después de la compra del brillante.
-Cuánto tiempo después - preguntó fríamente el doctor.
-Cuánto? Ocho años después.
-Caramba, al parecer el maleficio actuaba con bastante dejadez.
Y por qué atribuir ese accidente a la piedra? Aquí, en Buenos Aires, cada año mueren miles en accidentes de autos que no tienen el brillante Hope. Para no hablar de los pobres que ni siquiera tienen auto. Los que modestamente son atropellados por los autos de los demás.
Beba irradiaba furia. Eso no era todo!
-Qué más había?
-El marido fue internado en un sanatorio para enfermedades mentales.
-Mirá, Beba. Si mi mujer es capaz de gastar 2 millones de dólares en un brillante, que para colmo está maldecido, también a mí me llevan al manicomio. Y dicho sea de paso: un nombre bastante curioso para una piedra que sólo produce choques y ataques de esquizofrenia.
-Te sigo contando. La otra hija murió con pastillas para dormir.
-Pero si esa clase de muerte es casi la muerte natural en los Estados Unidos. Tan difundido como el base-ball.
Beba echaba chispas como las botellas de Leyden que han lleado al límite de su carga. Enumeró las calamidades, acarreadas antes por la piedra: el príncipe Kanitovitsky fue asesinado, el sultán Abdul Hamid perdió el trono y la favorita...
-Abdul cuánto? - preguntó como si el nombre completo fuera decisivo: uno de sus chistes.
Hamid. Abdul Hamid.
-Perdió qué?
-El trono y la favorita.
-Vamos, no agregués calamidades como si fueran demostrativas. Con perder el trono bastaba. La turca lo dejó por eso.