jueves, 27 de junio de 2013

- Ven aqui, Louis; tú no te has alimentado lo suficiente. Lo sé - dijo con la misma voz calma y serena que habúa usado toda la noche con tanta habilidad; me tomó de la mano, y la suya estaba cálida y punzante-. ¿La ves, Louis, cuán dulce y saludable parece, como si la muerte no le hubiera arrancado la frescura? ¡La voluntad de vivir es tan poderosa! ¿Recuerdas como la quería tener cuando la viste en esa habitación?
Me resistí. No quería matarla. No había querido hacerlo la noche anterior. Y entonces, de improviso, recordé dos cosas conflictivas y me sentí golpeado por el dolor: recordé el poderoso palpitar de su corazón contra el mío y tuve deseos de poseerlo, unos deseos tan fuertes que dí la espalda a la cama y hubiese salido corriendo de la habitación si Lestat no me hubiese agarrado; y recordé el rostro de su madre y ese momento de horror cuando dejé caer a la criatura y él entró en la habitación. Pero ahora no se estaba burlando de mí; me estaba confuendiendo.
- Tú la quieres, Louis ¿No ves que una vez que la has poseido, entonces puedes poseer a quien quieras? Anoche la deseaste pero no tuviste el valor suficiente, y por eso ahora ella está viva.
Pude sentir que lo que él decía era verdad. Pude volver a sentir el éxtasis de tener su pequeño corazón latiendo.
- Es demasiado fuerte para mí... su corazón, no cede - le dije.
¿Es tan fuerte? - dijo, y sonrió; me acercó a la niña-. Cógela, Louis - me insistió -. Yo sé que tú la deseas.
Yo lo hice. Me acerqué a la cama y la observé. El pecho apenas se le movía y una de sus manitas estaba enredada en su cabello largo y rubio. No pude soportarlo, mirándola, queriendo que no muriera y deseándola al mismo tiempo; y, en cuanto más la miraba, más podía saborear su piel, sentir mi brazo cayendo por debajo de su espalda y atrayéndola hacía mí, sentir su cuello suave. Suave, suave, eso era lo que era, suave. Traté de decirme que era mejor que muriera -¿En qué se iba a convertir?-, pero ésas fueron ideas mentirosas. ¡Yo la deseaba! Y, por lo tanto, la tomé en mis brazos y puse su mejilla ardiente contra la mía, su cabello cayendo encima de mis muñecas y acariciandomis cejas, el dulce aroma de una niña, poderoso y pulsante a pesar de la enfermedad y la muerte. Gimió entonces, se sacudió en su sueño y eso fue superior a lo que podía soportar. La mataría antes de permitirle despertar, y yo lo sabía. Busqué su cuello y oí que Lestat me decía extrañamanente:
- Nada más que un pequeño rasguño. En su cuello pequeño.
Y yo le obedecí.
No te repetiré lo que fue, salvo que me excitó del mismo modo que antes, como siempre hace el matar, sólo que más; se me doblaron las rodillas y casi caigo en la cama, mientras la desangraba y aquel corazón latía como si jamás cesara de hacerlo. Y, de repente, cuando yo seguía y seguía... esperando, con todos mis instintos, que empezara a detenerse, lo que significaba la muerte, Lestat me la arrancó.

2 comentarios:

Pam de Pointe du Lac dijo...


Si tan sólo...

Anónimo dijo...


Porque hay cosas que siempre estarán.