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Los griegos veían el sueño como un misterioso proceso que inmoviliza el cuerpo físico de manera que el alma pueda vagar libremente para vivir sus propias aventuras. El dios Hipno, al que los romanos llamaban Somnus, era el encargado de provocar el sueño, tocando los párpados en los mortales con sus dedos o hipnotizándolos con el movimiento de sus alas. Sus hijos, uno de los cuales era Morfeo, tenían como tarea ocupar la mente del durmiente, que el alma dejaba vacía, y entretenerla, advertirla o castigarla con las fantásticas actividades que llamanos sueños, lo que era sumamente importante porque los dioses podían utilizar a Morfeo y sus hermanos para aconsejar a los seres humanos acerca de sus destinos. Por lo tanto era esencial que los soñadores consultaran un oráculo o un augurio cada mañana para interpretar correctamente el significado de la imágenes nocturnas. Hipno se revela como idéntico a Mercurio, conductor del alma...