PasoSobreNivel

Es una mañana fría. La niebla envuelve la periferia de la ciudad. Ella, como siempre, cruza la pasarela en dirección norte. La niebla no le permite ver el final del camino. Sin saber por qué, despertó con una extraña sensación. Quizás sólo fuese el ver todo como en un sueño, ya que era justo esa sensación la que le provocaba la niebla... De que todo era un sueño.
La pasarela de acero cruje bajo sus pasos producto de la humedad y sus pies resbalan. No ve el fin del camino, mas no se preocupa. Su rutina maquinalmente monótona no debería presentar alteraciones; al menos eso piensa mientras cruza la pasarela y mira de reojo los autos en la carretera. No se atreve a mirar directamente, ya que cuando lo hace, la invade la profunda sensación de caer.
La niebla lo envuelve todo. Nota algo extraño. La pasarela se vuelve particularmente extensa. Está segura que lleva caminando el doble de tiempo, pero algo la distrae. Se tiene y mira hacia atrás, hacia el sur. Alguien a menos de seis metros la observa. Es un hombre, piensa. Vestido de largo abrigo negro. Ella se da vuelta y sigue caminando, pero el extraño sonido producido por los pasos del hombre la desconcentra. Para su alivio, divisa la vieja figura de la estación de metro. Sólo cinco segundos más tarde se da cuenta que no es la vieja estación la que la espera del otro lado. Una vieja casa abandonada modifica el común paisaje. Sus pies se detienen. El acelerado ritmo de su corazón le impide respirar con normalidad. No puede ya moverse. La niebla lo envuelve todo con carente luz. Siente la respiración del hombre en su nuca. Ella desvanece. Él evita que ella caiga al frió suelo de la pasarela. Él la abraza, la contiene, le da y le quita vida. La posee. Ella más presente que nunca en su alejada realidad, se deja llevar, se deja sentir. Una independencia jamás sentida aflora en pecho - ¿O es la independencia un lugar que nunca olvidará? -.
Cada 18 de julio, la familia deja rosas rojas en la pasarela que ella siempre cruzaba.